lunes, 27 de diciembre de 2010

Ensayo de “Tres ensayos de teoría sexual (1905)” “Sobre las teorías sexuales infantiles (1908)”, “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915), “Ensayo sobre la represión” (1915), “pulsiones y destinos de pulsión” (1915), “Más allá del principio de placer” (1920), “Novela familiar del neurótico”, “El yo y el ello”, “El sepultamiento del complejo de Edipo” y “Algunas consecuencias psíquicas de la diferenciación anatómica de los sexos”.

¿De qué manera se relacionan los ensayos anteriormente mencionados con el complejo de Edipo y De qué manera se relacionan las pulsiones y destinos de pulsión, con la represión y Más allá del principio de placer?

En primer plano en la teoría sexual definimos una aberración sexual como aquella situación que se desvía de la norma, en la cual el sujeto no tiene una conciencia de su aberración; una aberración sexual consiste en desviar un objeto sexual de su meta sexual, entendiendo que todo objeto sexual es la persona de la que parte a la atracción sexual y que la meta sexual se entiende como  la acción hacia la cual esfuerza la pulsión. Para lo cual cuando existe una desviación con respecto al objeto sexual puede ser que siendo hombre te gusten las mujeres, pero a consecuencia de que existe una desviación de la meta sexual del sujeto éste desarrolla un gusto por personas del mismo sexo, para cual el llevar a cabo este hasta dicho acto es considerado como una inversión. La inversión  o conducta invertida se puede manifestar de tres diferentes maneras pueden ser: absolutos.- los cuales su objeto sexual tiene que ser un mismo sexo, y el sexo opuesto nunca llega a ser una añoranza sexual, para lo cual les genera repugnancia o su comportamiento es frío hacia el otro, el segundo caso, son los invertidos ocasionales también conocidos como invertidos anfígenos o bien hermafroditas psicosexuales y su objeto sexual puede pertenecer tanto a su mismo sexo como al otro, lo cual nos dice que no tienen carácter de la exclusividad; y el tercer invertido es de tipo ocasional  ya que solo es bajo ciertas circunstancias o condiciones del exterior en las cuales el objeto sexual llega a ser cualquier cosa. Las personas invertidas tienen una conducta diversa en su juicio acerca de la particularidad de lo que es su pulsión sexual, por lo general esta inversión se vio notoria sólo en determinada época del sujeto, antes o después de la pubertad. También sabemos que puede durar toda la vida o desaparecer en alguna etapa de la vida del sujeto.
Si hablamos de lo que es las teorías sexuales infantiles nos referimos a que en el complejo de Edipo donde el hijo genera una ansiedad de castración o bien mutilación, donde la madre es una mamá fálica completamente proveedora, y donde el papel del padre es de un macho, para lo cual, cuando el niño sufre esta ansiedad de castración se dice que es con el fin de sacar al niño del Edipo, y es la misma ansiedad que somete a la niña al Edipo, en el cual se dice que sacrifican el lugar privilegiado con la madre para salvar su pene real.
Al no ser relacionados con otras imágenes, induce al niño en error en lugar de confirmar sus hipótesis, y a su vez, le da una expresión de uno de los componentes sexuales, más o menos intenso en cada niño, y en consecuencia resulta parcialmente exacta, adivinando en parte la esencia del acto sexual y la lucha de los sexos que a él le cuestiona. No es tampoco raro que el niño encuentre confirmada esta teoría suya por observaciones casuales que aprehende en parte exacta y en parte erróneamente, o incluso de un modo antitético. En muchos matrimonios se resiste realmente la mujer al abrazo conyugal, que no le proporciona placer alguno, y trae, en cambio, consigo el peligro de un nuevo embarazo. La madre ofrece así al niño, que supone dormido (o que finge estarlo), una impresión que no puede ser interpretada sino como una defensa contra un acto de violencia. Otras veces es toda la vida conyugal la que ofrece al niño el espectáculo de una continua disputa expresada en palabras y gestos hostiles, no pudiendo así extrañar al infantil observador que tal disputa prosiga por la noche y tenga el mismo desenlace violento que sus diferencias con sus hermanos o compañeros de juegos.  Para representar la imagen de poderío del sujeto nos referimos al falo, para el niño todo objeto, cosas, animales y personas tienen forma de pene y para ellos no existe la diferencia sexual, puesto que no existe una castración; también en esta etapa  los niños se cuestionan acerca de lo que es parir o embarazarse, ¿Qué cómo es que el bebé está ahí? ¿De dónde viene?, si la madre se lo trago, se lo introdujeron etc.
A los 6 años aproximadamente el niño sufre de amnesia infantil o mejor conocido como reprimir sucesos de su vida, valla, entendiendo como es que el niño se olvida de lo que es el Edipo.

Un estímulo pulsional no proviene del mundo exterior, sino del interior del propio organismo. Por eso se dice que también opera diversamente sobre el alma y que se requieren diferentes acciones para eliminarlo. La pulsión, no actúa como una fuerza de choque momentánea, sino siempre como una fuerza constante. Puesto que no ataca desde afuera, sino desde el interior del cuerpo, una huida de nada puede valer contra ella. Por lo tanto deciden llamar «necesidad» al estímulo pulsional; lo que cancela esta necesidad es la «satisfacción». Esta sólo puede alcanzarse mediante una modificación, apropiada a la meta (adecuada), de la fuente interior de estímulo. Desde el aspecto biológico, pasamos a la consideración de la vida anímica, la «pulsión» nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal.
Para entender mejor la terminología freudiana, se emplearon palabras tales como: esfuerzo, meta, objeto, fuente de la pulsión. Por esfuerzo de una pulsión se entiende su factor motor, la suma de fuerza o la medida de la exigencia de trabajo que ella representa. La meta de una pulsión es en todos los casos la satisfacción que sólo puede alcanzarse cancelando el estado de estimulación en la fuente de la pulsión. Pero si bien es cierto que esta meta última permanece invariable para toda pulsión, los caminos que llevan a ella pueden ser diversos, de suerte que para una pulsión se presenten múltiples metas más próximas o intermediarias, que se combinan entre sí o se permutan unas por otras. La experiencia nos permite también hablar de pulsiones «de meta inhibida» en el caso de procesos a los que se permite avanzar un trecho en el sentido de la satisfacción pulsional, pero después experimentan una inhibición o una desviación. El objeto de la pulsión es aquello en o por lo cual puede alcanzar su meta. Es lo más variable en la pulsión; no está enlazado originariamente con ella, sino que se le coordina sólo a consecuencia de su aptitud para posibilitar la satisfacción. No necesariamente es un objeto ajeno; también puede ser una parte del cuerpo propio. En el curso de los destinos vitales de la pulsión puede sufrir un número cualquiera de cambios de vía; a este desplazamiento de la pulsión le corresponden los más significativos papeles. Puede ocurrir que el mismo objeto sirva simultáneamente a la satisfacción de varias pulsiones.
Por fuente de la pulsión se entiende aquel proceso somático, interior a un órgano o a una parte del cuerpo, cuyo estímulo es representado en la vida anímica por la pulsión.
Según Freud, nos hemos resuelto a referir placer y displacer a la cantidad de excitación presente en la vida anímica y no ligada de ningún modo, de esta manera el displacer corresponde a un incremento de esa cantidad, y el placer a una reducción de ella. Por tanto un factor decisivo respecto de la sensación es, probablemente, la medida del incremento o reducción en un período de tiempo. Bajo el influjo de las pulsiones de autoconservación del yo, es relevado por el principio de realidad, que, sin resignar el propósito de una ganancia final de placer, exige y consigue posponer la satisfacción, renunciar a diversas posibilidades de lograrla y tolerar provisionalmente el displacer en el largo rodeo hacia el placer. Se dice que casi toda la energía que llena al aparato psíquico proviene de las mociones pulsionales congénitas, pero no se las admite a todas en una misma fase del desarrollo. Ciertas pulsiones o partes de pulsiones se muestran, por sus metas o sus requerimientos, inconciliables con las restantes que pueden conjugarse en la unidad abarcadora del yo. Para la cual hace su entrada la represión puesto que dice que dichas pulsiones son segregadas entonces de esa unidad por el proceso de la represión; se las retiene en estadios inferiores del desarrollo psíquico y se les corta, en un comienzo, la posibilidad de alcanzar la satisfacción. Y si luego consiguen (como tan fácilmente sucede en el caso de las pulsiones sexuales reprimidas) procurarse por ciertos rodeos una satisfacción directa o sustitutiva, este éxito, que normalmente habría sido una posibilidad de placer, es sentido por el yo como displacer. Los detalles del proceso por el cual la represión trasforma una posibilidad de placer en una fuente de displacer no son todavía bien inteligibles o no pueden exponerse con claridad, pero seguramente todo displacer neurótico es de esa índole, un placer que no puede ser sentido como tal o bien puede ser el destino de una moción pulsional chocar con resistencias que quieran hacerla inoperante. Si se tratase del efecto de un estímulo exterior, es evidente que la huida sería el medio apropiado. En el caso de la pulsión, de nada vale la huida, pues el yo no puede escapar de sí mismo. Más tarde, en algún momento, se encontrará en la desestimación por el juicio (juicio adverso) un buen recurso contra la moción pulsional. Una etapa previa al juicio adverso, una cosa intermedia entre la huida y el juicio adverso, es la represión, cuyo concepto no podía establecerse en el período anterior a los estudios psicoanalíticos. Puede ocurrir que un estímulo exterior sea interiorizado; entonces se engendra una nueva fuente de excitación continuada y de incremento de tensión. Tal estímulo cobra, así, notable semejanza con una pulsión. Según sabemos, sentimos este caso como dolor. Otro placer, un placer directo, no puede ganarse con la cesación del dolor. El dolor es también imperativo; puede ser vencido exclusivamente por la acción de una droga o la influencia de una distracción psíquica. Se dice que “La represión”, no es un mecanismo de defensa presente desde el origen; no puede engendrarse antes que se haya establecido una separación nítida entre actividad conciente y actividad inconciente del alma, y su esencia consiste en rechazar algo de la conciencia y mantenerlo alejado de ella. De esta manera se podría determinar que la represión no se desarrolla si no hasta que el sujeto percibe algún hecho o alguno de sus placeres como insanos o impuros para el alma, lo cual lo hace alejarse de ellos.

En la Novela familiar del neurótico para el niño pequeño, los padres son al comienzo la única autoridad y la fuente de toda creencia. Llegar a parecerse a ellos, al progenitor de mismo sexo, a ser grande como el padre y la madre. A medida que avanza en su desarrollo intelectual, el niño no puede dejar de ir tomando noticia, poco a poco, de las categorías a que sus padres pertenecen. Conoce a otros padres, los compara con los propios, lo cual le lleva a dudar del carácter único. Pequeños sucesos en la vida del niño, que le provocan un talante descontento, le dan ocasión para iniciar la crítica a sus padres y para valorizar en esta toma de partido contra ellos la noticia adquirida de que otros padres son preferibles en muchos aspectos. La sensación de que no le son correspondidas en plenitud sus inclinaciones propias se ventila luego en la idea, a menudo recordada conscientemente desde la primera infancia, de que es adoptado. Aquí se muestra ya la influencia del sexo, pues el varón presenta inclinación a mociones hostiles mucho más hacia su padre que hacia su madre, y se inclina con mayor intensidad a emanciparse de aquel que de esta. La fantasía del niño se ocupa en la tarea de librarse de los menospreciados padres y sustituirlos por otros, en general unos de posición social más elevada. Luego viene a sumarse la noticia sobre las  condiciones sexuales diversas de padre y madre; si el niño llega a aprehender que, mientras que la madre es, la novela familiar experimenta una curiosa limitación, a saber: se conforma con enaltecer al padre, no poniendo ya en duda la descendencia de la madre, considerada inmodificable. Con la noticia sobre los procesos sexuales nace una inclinación a pintarse situaciones y vínculos eróticos en que entra como fuerza pulsional el placer de poner a la madre, que es asunto de la suprema curiosidad sexual, en la situación de infidelidad escondida y secretos enredos amorosos. De esta manera, aquellas primeras fantasías, en cierto modo asexuales, son llevadas hasta la cúspide del actual discernimiento. El motivo de la venganza y la represalia, también se muestra aquí. Es que son las más de las veces estos niños neuróticos los que han sido castigados por sus padres a raíz del desarraigo de malas costumbres sexuales, de lo cual se vengan mediante tales fantasías.
En cambio en el ensayo sobre “El yo y el ello” se dice que el yo es la parte del ello alterada por la influencia directa del mundo exterior, con mediación del Super yo y el yo; Además, se empeña en hacer valer sobre el ello el influjo del mundo exterior, así como sus propósitos propios; se afana por remplazar el principio de placer, que rige irrestrictamente en el ello, por el principio de realidad. Para el yo, la percepción cumple el papel que en el ello corresponde a la pulsión. El yo es el representante de lo que puede llamarse razón y prudencia, por oposición al ello, que contiene las pasiones. Todo esto coincide con notorios distingos populares, pero sólo se lo ha de entender como algo aproximativa o idealmente correcto.
Y bien en El sepultamiento del complejo de Edipo el complejo de Edipo, no prosigue su desarrollo hasta la organización genital definitiva, sino que se hunde y es relevada por el período de latencia; su desenlace se consuma de manera típica y apuntalándose en sucesos que retornan de manera regular. La mayoría de las veces, la amenaza de castración proviene de mujeres; a menudo, ellas buscan reforzar su autoridad invocando al padre o al doctor, quienes, según lo aseguran, consumarán el castigo. En cierto número de casos, las mujeres mismas proceden a una mitigación simbólica de la amenaza, pues no anuncian la eliminación de los genitales, en verdad pasivos, sino de la mano, activamente pecaminosa. Y con notable frecuencia acontece que al varoncito no se lo amenaza con la castración por jugar con la mano en el pene, sino por mojar todas las noches su cama y no habituarse a la limpieza. Alguna vez el varón, orgulloso de su posesión del pene, llega a ver la región genital de una niña, y no puede menos que convencerse de la falta de un pene en un ser tan semejante a él. Y finalmente para concluir en el ensayo de “Algunas consecuencias psíquicas de la diferenciación anatómica de los sexos” El complejo de Edipo es de sentido doble, activo y pasivo, en armonía con la disposición bisexual. También él quiere sustituir a la madre como objeto de amor del padre; a esto lo designamos como actitud femenina. Además de los problemas del complejo de Edipo en el varón, el de la niña pequeña esconde otro. Inicialmente la madre fue para ambos el primer objeto; Ella nota el pene de un hermano o un compañerito de juegos, pene bien visible y de notable tamaño, y al punto lo discierne corno el correspondiente, superior, de su propio órgano, pequeño y escondido; a partir de ahí cae víctima de la envidia del pene. He aquí una interesante oposición en la conducta de ambos sexos: en el caso análogo, cuando el varón ve por primera vez la región genital de la niña, se muestra irresoluto, poco interesado al principio; no ve nada, o desmiente su percepción, la deslíe, busca subterfugios para hacerla acordar con su expectativa. Sólo más tarde, después que cobró influencia sobre él una amenaza de castración, aquella observación se le volverá significativa; su recuerdo o renovación mueve en él una temible tormenta afectiva, y lo somete a la creencia en la efectividad de la amenaza que hasta entonces había echado a risa. Dos reacciones resultarán de ese encuentro, dos reacciones que pueden fijarse y luego, por separado o reunidas, o bien conjugadas con otros factores, determinarán duraderamente su relación con la mujer: horror frente a la criatura mutilada.
Nada de eso ocurre a la niña pequeña. En el acto se forma su juicio y su decisión. Ha visto eso, sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo. En este lugar nace el llamado complejo de masculinidad de la mujer, que eventualmente, si no logra superarlo pronto, puede deparar grandes dificultades al prefigurado desarrollo hacia la feminidad. La esperanza de recibir alguna vez, a pesar de todo, un pene, igualándose así al varón, puede conservarse hasta épocas tardías y convertirse en motivo de extrañas acciones, de otro modo incomprensible. La niñita se rehúsa a aceptar el hecho de su castración, se afirma y acaricia la convicción de que empero posee un pene, y se ve compelida a comportarse en lo sucesivo como si fuera un varón. Las consecuencias psíquicas de la envidia del pene, en la medida en que ella no se agota en la formación reactiva del complejo de masculinidad, son múltiples y de vasto alcance. El primer intento de explicar su falta de pene como castigo personal, y tras aprehender la universalidad de este carácter sexual, empieza a compartir el menosprecio del varón por ese sexo mutilado en un punto decisivo y, al menos en este juicio, se mantiene en paridad con el varón.  Aunque la envidia del pene haya renunciado a su objeto genuino, no cesa de existir: pervive en el rasgo de carácter de los celos, con leve desplazamiento. Esta fantasía parece un relicto del período fálico de la niña. Una tercera consecuencia de la envidia del pene parece ser el aflojamiento de los vínculos tiernos con el objeto-madre. La concatenación no se comprende muy bien, pero uno se convence de que al final la madre, que echó al mundo a la niña con una dotación tan insuficiente, es responsabilizada por esa falta de pene. Mientras que el complejo de Edipo del varón se va al fundamento debido al complejo de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por este último. Esta contradicción se esclarece si se reflexiona en que el complejo de castración produce en cada caso efectos en el sentido de su contenido: inhibidores y limitadores de la masculinidad, y promotores de la feminidad. La diferencia entre varón y mujer en cuanto a esta pieza del desarrollo sexual es una comprensible consecuencia de la diversidad anatómica de los genitales y de la situación psíquica enlazada con ella; corresponde al distingo entre castración consumada y mera amenaza de castración.

E. García

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